EL
MUNDO
7
septiembre 2022
Encuentran una conexión entre el
intestino y el cerebro que impulsa el deseo de comer grasa
Un estudio en ratones muestra que la
grasa que entra en los intestinos desencadena una señal que se transmite al
cerebro y provoca el deseo de comer alimentos grasos. Plantean su interferencia
para luchar contra la obesidad
Una nueva investigación sobre el origen del apetito ha
descubierto una conexión totalmente nueva entre el intestino y el cerebro que
impulsa el deseo de comer grasa, según publican en la revista Nature.
En el Instituto Zuckerman de la
Universidad de Columbia, en Estados Unidos, los científicos que estudian
ratones descubrieron que la grasa que entra en los intestinos desencadena una
señal. Esta señal, que se transmite al cerebro a través de los nervios, provoca
el deseo de comer alimentos grasos.
El nuevo estudio plantea la posibilidad de interferir en
esta conexión intestino-cerebro para ayudar a prevenir las elecciones poco
saludables y abordar la creciente crisis sanitaria mundial causada por el
exceso de comida.
"Vivimos en tiempos sin precedentes, en los que el
consumo excesivo de grasas y azúcares está causando una epidemia de obesidad y
trastornos metabólicos -señala el primer autor Mengtong
Li, un investigador postdoctoral en el laboratorio de
Charles Zuker, doctor del Instituto Zuckerman, apoyado por el Instituto Médico Howard Hughes-.
Si queremos controlar nuestro insaciable deseo de grasa, la ciencia nos está
mostrando que el conducto clave que impulsa estos antojos es una conexión entre
el intestino y el cerebro".
Esta nueva visión de las elecciones dietéticas y la salud
comenzó con un trabajo anterior del laboratorio de Zuker
sobre el azúcar. Los investigadores descubrieron que la glucosa activa un
circuito específico entre el intestino y el cerebro que se comunica con éste en
presencia de azúcar intestinal. Los edulcorantes artificiales sin calorías, en
cambio, no tienen este efecto, lo que probablemente explique por qué los
refrescos dietéticos pueden dejarnos insatisfechos.
"Nuestras investigaciones demuestran que la lengua le
dice al cerebro lo que nos gusta, es decir, lo que sabe dulce, salado o graso
-afirma el doctor Zuker, que también es profesor de
bioquímica y biofísica molecular y de neurociencia en el Colegio de Médicos y
Cirujanos Vagelos de Columbia-. El intestino, sin
embargo, le dice a nuestro cerebro lo que queremos, lo que necesitamos".
Los experimentos
La doctora Li quería explorar cómo responden los ratones a
las grasas de la dieta: los lípidos y ácidos grasos que todo animal debe
consumir para proporcionar los componentes básicos de
la vida. Ofreció a los ratones botellas de agua con grasas disueltas, incluido
un componente del aceite de soja, y botellas de agua con sustancias dulces que
se sabe que no afectan al intestino pero que son inicialmente atractivas.
Los roedores desarrollaron una fuerte preferencia, en un par
de días, por el agua con grasas. Formaron esta preferencia incluso cuando los
científicos modificaron genéticamente a los ratones para eliminar la capacidad
de los animales de saborear la grasa con la lengua. "Aunque los animales
no podían saborear la grasa, se veían impulsados a consumirla", afirma Zuker.
Los investigadores pensaron que la grasa debía activar
circuitos cerebrales específicos que impulsaban la respuesta conductual de los
animales a la grasa. Para buscar ese circuito, la doctora Li midió la actividad
cerebral de los ratones mientras les daba grasa.
Las neuronas de una región concreta del tronco encefálico,
el núcleo caudal del tracto solitario (cNST), se
activaron. Esto resultaba intrigante porque el NSTc
también estaba implicado en el descubrimiento anterior del laboratorio sobre la
base neural de la preferencia por el azúcar.
Li encontró entonces las líneas de comunicación que llevaban
el mensaje al cNST. Las neuronas del nervio vago, que
une el intestino con el cerebro, también se movían cuando los ratones tenían
grasa en el intestino.
Una vez identificada la maquinaria biológica que subyace a
la preferencia de los ratones por la grasa, examinó detenidamente el propio
intestino, concretamente las células endoteliales que
lo recubren. Encontró dos grupos de células que enviaban señales a las neuronas
vagales en respuesta a la grasa.
"Un grupo de células funciona como sensor
general de nutrientes esenciales, respondiendo no sólo a las grasas, sino
también a los azúcares y aminoácidos -explica Li-El otro grupo responde sólo a
las grasas, ayudando potencialmente al cerebro a distinguir las grasas de otras
sustancias en el intestino".
A continuación, dio un paso importante al bloquear la
actividad de estas células mediante un fármaco. La desactivación de la
señalización de cualquiera de los dos grupos celulares impidió que las neuronas
vagales respondieran a la grasa en el intestino. Y
después, utilizó técnicas genéticas para desactivar las propias neuronas vagales o las neuronas del TSNc.
En ambos casos, el ratón perdió el apetito por la grasa.
"Cada uno de los pasos biológicos es crítico"
"Estas intervenciones verificaron que cada uno de estos
pasos biológicos desde el intestino hasta el cerebro es crítico para la
respuesta de un animal a la grasa -explica la doctora Li-. Estos experimentos
también proporcionan estrategias novedosas para cambiar la respuesta del
cerebro a la grasa y posiblemente el comportamiento hacia la comida".
Las tasas de obesidad casi se han duplicado en todo el mundo
desde 1980. En la actualidad, casi 500 millones de personas padecen diabetes.
"El consumo excesivo de alimentos baratos, altamente procesados y ricos en
azúcar y grasa está teniendo un impacto devastador en la salud humana,
especialmente entre las personas de bajos ingresos y en las comunidades de
color -alerta Zuker-. Cuanto mejor comprendamos cómo
estos alimentos secuestran la maquinaria biológica subyacente al gusto y al eje
intestino-cerebro, más oportunidades tendremos de intervenir".
El doctor Scott Sternson, profesor
de neurociencia de la Universidad de California en San Diego, que no participó
en la nueva investigación, destacó su potencial para mejorar la salud humana.
"Este emocionante estudio ofrece información sobre las
moléculas y células que obligan a los animales a desear la grasa -señala Sternson, cuyo trabajo se centra en cómo el cerebro
controla el apetito-. La capacidad de los investigadores para controlar este
deseo puede conducir eventualmente a tratamientos que ayuden a combatir la
obesidad reduciendo el consumo de alimentos grasos de alto contenido
calórico".